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La educación como práctica social y socializadora

La educación como práctica social y socializadora

La enseñanza y el aprendizaje en las escuelas son fenómenos de dimensión social ya que, acorde a Solé y Coll (1993) la educación escolar es un proyecto social que toma cuerpo y se desarrolla en una institución también social, por lo que el alumno y docente se encuentran circunscritos a un proceso de interacciones significativas basadas en la actuación recíproca en torno a una tarea en un contexto determinado con propósitos claramente definidos. Esta interacción es clave para el desarrollo cognitivo ya que es en sí una influencia educativa al estar cargada de herramientas cognitivas con las que es posible construir marcos de referencia explicativos, solucionar problemas y teorizar conceptos  (Stetsenko y Arievitch, 2014).

Históricamente, la escuela ha fomentado un aprendizaje basado en el individualismo y la competición a partir de una enseñanza transmisiva que puede ser identificada en el currículo, el trabajo en clase, las formas de evaluación y la acción de docentes y alumnos; por lo que el reto del docente es dotar de valor a la cohesión del grupo a través de la organización de intercambios afectivos positivos (Schmuck y Schmuck, 2001). El desarrollo de actividades estructuradas y controladas por el docente en las cuales los estudiantes generan relaciones de interdependencia en un marco de participación y motivación para el cumplimiento de metas se denomina aprendizaje cooperativo y es esencial para el logro en el contexto escolar (Melero Zabal y Fernández Berrocal, 1995).

Tal interdependencia se considera positiva si fomenta la interacción estimuladora y se generan estructuras cooperativas, mientras que se vuelve negativa si la interacción es de oposición dentro de una estructura competitiva (Díaz Barriga Arceo y Hernández Rojas, 2010). 

Las situaciones de aprendizaje individualistas y competitivas se consideran negativas ya que el alumno considera que lograr un objetivo sólo depende de él y no valora los esfuerzos de sus compañeros; además de que, desde este tipo de aprendizaje, es necesario comparar y diferenciar a los estudiantes por el número de recompensas que cada uno recibe, eso significa que para que haya un mejor alumno debe haber uno peor.

La evidencia señala que los beneficios del aprendizaje cooperativo en las escuelas son de diversa índole pero puede señalarse que los más importantes son: 1) el rendimiento académico es superior en tareas de adquisición, retención y transferencia de conocimientos, especialmente en áreas de ciencias sociales, ciencias naturales, lenguaje y matemáticas; 2) se mejoran de manera significativa las relaciones socioafectivas, destacando a nivel intrapersonal incremento en el autoestima, y a nivel interpersonal la solidaridad y el respeto. Aunque debe señalarse que la misma evidencia puntualiza que a medida que aumenta el número de alumnos su rendimiento es menor, por lo que se recomienda conformar grupos de trabajo pequeños, especialmente entre alumnos de menor edad (Johnson, Johnson, y Stanne, 2000; Johnson y Johnson, 1998).

En este sentido, ENAd hace un énfasis activo en la naturaleza interpersonal del aprendizaje, ya que este se construye en el seno de una comunidad en la cual se requiere una movilización de saberes y demás recursos cognitivos que suceden en un contexto específico y, por tanto, son pertinentes en él, de ahí la importancia del aprendizaje cooperativo, la interdependencia positiva (contrario a estructuras competitivas e individualistas basadas en la distribución de recompensas), el carácter lúdico del proceso de enseñanza aprendizaje y la interacción para lograr involucramiento de los estudiantes(engagement) (Taylor & Parsons, 2011).

Por otro lado, la educación es, en sí misma, un agente socializador: permite pensar, leer, aprender de otros y otras, incluso en una práctica individualizada, por ejemplo a través de la cultura escrita. En la escuela, el rol socializador de la educación se vuelve uno de los pilares más importantes, si no es que el más importante. La escuela es una institución que integra a la familia y a la comunidad en sus interrelaciones, cumpliendo un papel socializador del sujeto (De Castro, 2016). La escuela y cualquier práctica educativa grupal, lo primero que hacen es unir a un grupo de personas en un espacio específico, pero además en torno a un objetivo común. La interacción con los pares, con los maestros o con la comunidad, permite en primer lugar involucramiento social, pero el involucramiento social se encuentra estrechamente relacionado con el involucramiento intelectual cuando el objetivo común es el aprendizaje: “para estar involucrados en el aprendizaje, los estudiantes de hoy necesitan interacción social” (Taylor & Parsons, 2011, p. 11).

Así, la escuela y los campamentos ENAd son escenarios de formación, donde se educa a través de los social, pero también son espacios donde sucede “la socialización y la construcción de sentidos de identidad tendientes a la configuración de sujetos morales que se hacen como tales en la interacción y la confrontación continua con sus pares, sus maestros y otros agentes de socialización (Echavarria Grajales, p. 2). 

Los Campamentos MIA u otros ENAD han reportado, además de mejorar los aprendizajes básicos en lectura y matemáticas: 1) ejercitar las habilidades para el trabajo colaborativo y la sana convivencia entre las niñas, niños y adolescentes, 2) estimular la motivación del estudiante por aprender con sus pares, y 3) mejorar las relaciones socio afectivas (Medición Independiente de Aprendizajes, 2022).